sábado, 29 de noviembre de 2008

El gato negro - Edgar Allan Poe


Edgar Allan Poe

No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.
Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.
Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.
Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.
Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.
Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.
Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.
El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.
La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.
No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.
Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.
Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.
Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.
Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.
Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.
Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.
Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.
El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.
Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!
Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.
Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.
Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.
Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.
El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.
No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano".
Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.
Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.
Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.
-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez.
Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.
¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.
Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!

Los mejores libros de todos los tiempos

Creo que no se puede decir nada sobre el Quijote que no se haya dicho ya. Lectores de todas las edades y de todas partes del mundo han leído y disfrutado esta obra en multitud de idiomas, y es raro encontrar una casa con más de un libro y que alguno de ellos no sea la inmortal obra de Miguel de Cervantes.
En 2002, una votación organizada por el Instituto Nobel de Oslo y el Club del Libro Noruego y con representación de 54 escritores dio lugar a una lista de los mejores libros de todos los tiempos. Aquí os ponemos los cinco primeros puestos de una relación final de cien obras, en las que quedaron descartadas para el podio títulos como Ficciones de Borges, 1984 de Orwell o En busca del tiempo perdido de Proust.
1. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra.
2. Madame Bovary, de Gustave Flaubert.
3. Todo se desmorona, de Chinua Achebe.
4. Grandes esperanzas, de Charles Dickens.5. Medea, de Eurípides.

Totally 80's

Historia del Arte

Historia de la Pintura

Historia de la Arquitectura

Back to the future trilogy



Sweeney Todd

I love 90's








Casablanca

viernes, 28 de noviembre de 2008

Opera - El fantasma de la Opera

Soneto de Sor Juana Inés de la Cruz


Hombres necios que acusáis

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.
Queréis con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?
Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.
Opinión ninguna gana;
pues la que más se recata,
si no os admite es ingrata,
y si os admite es liviana.
Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.
¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?
Más entre el enfado y penaque vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejáos en hora buena.
Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.
¿Cual mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que se cae de rogada,
o el que ruega de caído?
¿O cual es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?
Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.
Dejad de solicitar,
y después, con más razón.
acusaréis la afición;
de la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

El almohadón de plumas



Horacio Quiroga

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
La niña de Guatemala

Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.
Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.

...Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
El volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.

...Ella, por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
El volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.

Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que más he amado en mi vida!

...Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!

Poemas de José Martí

Películas Clásicas de los 90's y del 2000

1990
DICK TRACY
Warren Beatty
Warren Beatty, Al Pacino, Madonna
EE UU
1990
GHOST
Jerry Zucker
Demi Moore, Patrick Swayze
EE UU
1991
EL SILENCIO DE LOS CORDEROS
Jonathan Demme
Anthony Hopkins, Jodie Foster
EE UU
1992
EL GUARDAESPALDAS
Mick Jackson
Kevin Costner, Whitney Houston
EE UU
1993
LA LISTA DE SCHLINDER
Steven Spielberg
L. Neeson, R. Fiennes, B. Kingsley
EE UU
La emotiva historia de un industrial que logró salvar de los nazis a miles de judíos durante la guerra.
1994
FORREST GUMP
Robert Zemeckis
Tom Hanks
EE UU
1994
PULP FICTION
Quentin Tarantino
Quentin Tarantino, John Travolta, Uma Thurman
EE UU
1995
BRAVEHEART
Mel Gibson
Mel Gibson
EE UU
1996
EL PACIENTE INGLES
Anthony Minghella
Ralph Fiennes, Kristin Scott Thomas
EE UU
1996
FARGO
Hermanos Coen
Steve Buscemi, Frances McDormand
EE UU
1996
MISION IMPOSIBLE
Brian De Palma
Tom Cruise
EE UU
1997
TITANIC
James Cameron
Leonardo DiCaprio, Kate Winslet
EE UU
Chica rica que se enamora de un chico pobre, en un relato de ficción que acontece durante una de las mayores tragedias de la historia.
1998
LA VIDA ES BELLA
Roberto Benigni
Roberto Benigni
Italia
En este entrañable drama, un prisionero judío trata de convencer a su hijo de que la estancia de ambos en un campo de concentración nazi no es más que parte de un simple juego.
1999
MATRIX
Andy/Larry Wachowsky
Keanu Reeves
EE UU
Trilogía futurista protagonizada por un hacker que descubre la verdadera naturaleza de su ser a través de unos rebeldes.
2000
GLADIATOR
Ridley Scott
Russell Crowe, Oliver Reed
EE UU
Historia de un importante general romano traicionado por un príncipe corrupto, al que jura venganza. Para llevar a cabo ésta, deberá primero recuperar su libertad.
2001
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS I,II,III
Peter Jackson
Elijah Wood, Orlando Bloom, Christopher Lee, Viggo Mortensen
EE UU
Trilogía épica en la que el hobbit Frodo es encomendado destruir un anillo vital para el triunfo del bien sobre el mal.

Películas Clásicas de los 80's

1980
TORO SALVAJE
Martin Scorsese
Robert De Niro, Joe Pesci
EE UU
La triste y agitada historia del boxeador LaMotta se convierte en un relato de ascenso y caída de un héroe en las diestras manos de Scorsese.
1981
EL CARTERO SIEMPRE LLAMA DOS VECES
Bob Rafelson
Jack Nicholson, Jessica Lange
EE UU
1982
E. T. EL EXTRATERRESTRE
Steven Spielberg
Dee Wallace, Drew Barrymore
EE UU
1982
GANDHI R.
Attenborough
Ben Kingsley
EE UU
1983
LA FUERZA DEL CARIÑO
James L. Brooks
Shirley MacLaine, Jack Nicholson, Debra Winger
EE UU
1984
LA MUJER DE ROJO
Gene Wilder
Gene Wilder, Kelly Le Brock
EE UU
1985
MEMORIAS DE AFRICA
Sydney Pollack
Robert Redford, Meryl Streep
EE UU
1986
EL NOMBRE DE LA ROSA
J. J. Annaud
Sean Connery, Christian Slater
ALE- ITA
1987
LOS INTOCABLES DE ELIOT NESS
Brian De Palma
Kevin Costner, Sean Connery, Robert De Niro
EE UU
1988
INSEPARABLES
David Cronenberg
Jeremy Irons, Genevieve Bujold
Canadá
Inquietante y morboso relato acerca de unos vanguardistas ginécologos gemelos.

Películas Clásicas de los 70's

1970
LOVE STORY
Arthur Hiller
Ryan O´Neal, Ali MacGraw
EE UU
1971
LA NARANJA MECANICA
Stanley Kubrick
Malcolm McDowell
RU
1972
EL PADRINO I
Francis Ford Coppola
M. Brando, A. Pacino, J. Caan
EE UU
La película sobre la Mafia por excelencia. Historia de la saga de la familia Corleone.
1973
EL GOLPE
George Roy
Hill Paul Newman Robert Redford
EE UU
1974
EL PADRINO II
Francis Ford Coppola
A. Pacino, R. De Niro, D. Keaton
EE UU
En dos tiempos, narra la atribulada juventud de Vito Corleone y la lucha de poder entre sus sucesores.
1975
TIBURÓN
Steven Spielberg
R. Shaw, R. Dreyfuss, R. Scheider
EE UU
Hizo chillar de miedo a miles de espectadores con la historia de una playa invadida por un tiburón blanco.Primer gran éxito comercial de Spielberg.
1977
LA GUERRA DE LAS GALAXIAS
George Lucas
Harrison Ford, Carrie Fisher, Mark Hamill
EE UU
1978
GREASE
Randal Kleiser
John Travolta, Olivia Newton-John
EE UU
1979
APOCALYPSE NOW
Francis Ford Coppola
M. Sheen, M. Brando, R. Duvall
EE UU
No es un filme sobre Vietnam.
Es una metáfora inmensa, sobrecogedora, sobre el horror de la guerra y la miseria humana.

Películas Clásicas de los 60's

1960
LA AVENTURA
Michelangelo Antonioni
Monica Vitti, Gabrielle Ferzetti
Italia/ Francia
La relación cruel entre una pareja es un paseo por el mundo de la incomunicación.
1961
PSICOSIS
Alfred Hitchcok
Anthony Perkins, Vera Miles
EE UU
Un motel, una ladrona, un psicópata, una ducha y un crimen. Terror en estado puro.
1962
LAWRENCE DE ARABIA
David Lean
Peter O’Toole, Omar Shariff, Anthony Quinn
RU
La vida extraña del extraño T. E. Lawrence es la base de una de las películas épicas más celebradas.
1963
FELLINI 8 1/2
Federico Fellini
M. Mastroianni, C. Cardinale
Italia
El delirio del artista y el tormento de la esterilidad creativa en una película de tintes surrealistas con toques autobiográficos.
1964
MARY POPPINS
Robert Stevenson
Julie Andrews, Dick Van Dyke
EE UU
1965
DOCTOR ZHIVAGO
David Lean
Omar Sharif, Julie Christie, Alec Guinness
EE UU
1966
PERSONA
Ingmar Bergman
Bibi Andersson, Liv Ullmann
Suecia
Asfixiante, inquietante y conmovedora, la relación de una actriz convaleciente y su enfermera, en una de las películas más perturbadoras de Bergman.
1967
DOCE DEL PATIBULO
Robert Aldrich
Lee Marvin, Charles Bronson
EE UU
1969
2001 ODISEA DEL ESPACIO
Stanley Kubrick
Keir Dullea, Gary Lockwood
EE UU
Un viaje espacial con una misión secreta que es custodiada por el Hal 9000, ordenador inteligente.

Películas Clásicas de los 50's

1950
EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES
Billy Wilder
William Holden, Gloria Swanson
EE UU
Una mirada ácida al mundo del cine, al glamour y a la decadencia de Hollywood. Notable la Swanson.
1951
RASHOMON
Akira Kurosawa
Toshiro Mifune, Machiko Kyo
Japón
A partir de la compleja técnica del punto de vista, Kurosawa narra cuatro veces el mismo relato, a partir de las versiones de los testigos de un crimen.
1952
CANTANDO BAJO LA LLUVIA
Stanley Donen
Gene Kelly, Debbie Reynolds
EE UU
Una de las películas más famosas del musical y un auténtico icono cultural del cine del siglo XX. 1953
MELODÍAS DE BROADWAY
Vincente Minnelli
Fred Astaire, Cyd Charisse
EE UU
El mundo de las luces y la diversión, del teatro y la música, de la calle más famosa de Nueva York.
1954
HA NACIDO UNA ESTRELLA
George Cukor
J. Garland
EE UU
La decadencia de un artista maduro y el ascenso de la artista joven y vital que él ha apoyado. 1955
LA NOCHE DEL CAZADOR
Charles Laughton
Robert Mitchun, Shelley Winters
EE UU
Un implacable y siniestro cuento de hadas con ogro, un predicador que acosa a unos hermanos. 1956
CENTAUROS DEL DESIERTO
John Ford
J. Wayne, J. Hunter, N. Wood
EE UU
Obra de culto para los amantes del western. Presenta una imagen de Wayne muy peculiar con un creciente odio hacia los indios.
1958
CENIZAS Y DIAMANTES
Andrej Wajda
Z. Zybulski, E. Kryzewska
Polonia
Sobre las dudas ideológicas de un líder derechista al que le han encargado asesinar a un comunista.
1959
CON LA MUERTE EN LOS TALONES
Alfred Hitchcock
C. Grant, E. M. Saint, J. Mason
EE UU
Nuevamente una confusión de identidad, ésta vez la de un publicista por un gángster.

Películas Clásicas de los 40's

1940
HISTORIAS DE FILADELFIA
George Cukor
Katharine Hepburn, Cary Grant, James Stewart
EE UU
Las segundas nupcias de una mujer rica se ven frustradas por la presencia de su primer marido. 1941
CIUDADANO KANE
Orson Welles
Orson Welles, Joseph Cotten
EE UU
Una muy libre biografía del magnate de los medios Randolph Hearst. Un filme mítico y complejo que ha hecho historia, con sus múltiples aportaciones.
1942
CASABLANCA
Michael Curtiz
I. Bergman, H. Bogart
EE UU
Historia de amor que devino en hito cultural del siglo, rodada en condiciones nefastas.
1944
PERDICIÓN
Billy Wilder
B. Stanwyck, F. McMurray
EE UU
Una película clave para el cine negro, con vampira asesina y rubia (la inconmesurable Stanwyck). 1945
LOS NIÑOS DEL PARAÍSO
Marcel Carné
Jean-Louis Barrault, P. Brasseur
Francia
La trágica y triste historia de un mimo que se enamora perdidamente de una prostituta.
1946
MONSIEUR VERDOUX
Charles Chaplin
Charles Chaplin, Martha Raye
EE UU
Es la historia de un hombre que mata a sus esposas para enriquecerse.
1948
CARTA DE UNA DESCONOCIDA
Max Ophüls
Joan Fontaine, Louis Jourdan
EE UU
En una carta póstuma, un hombre se entera de que una vieja amante se pasó toda la vida amándole.
1949
EL TERCER HOMBRE
Carol Reed
J. Cotten, Orson Welles, Alida Valli
EE UU
Una historia en apariencia sencilla sobre un escritor que busca un hombre a en una Viena desolada.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Películas Clásicas de los 10's y 20's

Año, Película, Director, Actores, País, Comentario

1916
INTOLERANCIA
David W. Griffith
Mae Marsh, Fred Turner
EE UU
Cuatro relatos sobre la intolerancia en épocas distintas orquestados con seguridad y precisión.
1919
EL GABINETE DEL DOCTOR CALIGARI
Robert Wiene
Wiener Krauss, Conradt Veidt
Alemania
El filme más representativo del expresionismo narra un siniestro cuento de hipnosis.
1923
AVARICIA
Erich Von Stroheim
Gibson Gowland, Zasu Pitts
EE UU
La ascensión de un pobre minero que llega a ser dentista. Detrás de él, su avara mujer instiga.
1924
LA HUELGA
S. M. Eisenstein
A. Antonov, M. Gomarov
URSS
El conflicto entre obreros, sindicalistas y policías. Sorprendente ópera prima de Eisenstein con notables aportaciones al lenguaje cinematográfico.
1925
EL ACORAZADO POTEMKIN
S. M. Eisenstein
A. Antonov, G. Aleksandrov
Unión Soviética
La historia del barco que fue decisivo para la Revolución de 1917, en Rusia, se convierte en un filme decisivo para la historia del cine.
1925
LA QUIMERA DEL ORO
Charles Chaplin
Charles Chaplin, Georgia Hale
EE UU
La búsqueda de oro en Alaska para un filme que es el prototipo de las comedias creadas por Chaplin.
1926
EL MAQUINISTA DE LA GENERAL
Buster Keaton
B. Keaton
EE UU
Pierde la novia y pierde el tren. Ambas cosas son graves para el maquinista de la locomotora.
1927
AMANECER
F. W. Murnau
George O’Brien, Janet Gaynor
EE UU
Ejercicio expresionista con una astuta chica de ciudad que conquista a un campesino.
1927
EL CANTOR DE JAZZ
Alan Crosland
Al Jolson
EE UU
1928
LA PASIÓN DE JUANA DE ARCO
Carl Theodor Dreyer
R. Falconetti, A. Artaud
Francia
Exalta la espiritualidad de la santa y alcanza momentos de auténtica plasticidad.
1929
ALELUYA
King Vidor
Daniel Haynes, Nina Mae
EE UU
Llena de espirituales y cánticos, es quizá la primera película norteamericana que intenta dignificar a los negros, aproximándose a su mundo con respeto.
1929
EL PERRO ANDALUZ
Luis Buñuel
S. Mareuil, P. Batcheff
Francia, España
Producción surrealista ideada por Buñuel y Dalí.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Realismo

Hacia las décadas centrales del siglo XIX el Romanticismo irá cediendo paso al Realismo. Al cambio contribuyen varios fenómenos:
En las conciencias se cierne el peso y las terribles consecuencias de la Revolución Industrial:
Trabajo de niños y mujeres
Horarios excesivos.
Condiciones de vida penosas.
Viviendas insalubres.
Los fracasos revolucionarios del 1848 se dejan sentir.
Se abole todo atisbo de idealismo.
Abunda la temática social.
Se tiende a representar al hombre en sus quehaceres cotidianos.
El tema de la fatiga se convierte en tema principal.
Todos estos rasgos se reflejan en la pintura, literatura como la de Dickens o Zola. A todo ello contribuye un marcado positivismo filosófico que considera como fuentes únicas de conocimiento la observación y la experimentación.
Representantes significativos:

Courbet

Millet

Daumier

Modernismo

En la última década del siglo XIX y la primera del siglo XX comienza a sentirse un espíritu de renovación industrial. El Modernismo trae un componente vitalista de esperanza, se cree en que lo industrial contribuye al avance en lo material y espiritual. Es un movimiento de gran ámbito geográfico. El Modernismo transmite la idea de agilidad a través de líneas curvas, motivos inspirados en la naturaleza... .Estas tendencias serán llevadas a todos los ámbitos, incluso al metro, para que la gente se familiarice con el sentimiento. El Modernismo es un estilo internacional, una manifestación urbana y burguesa. La burguesía se abre y es cosmopolita. La moda se difunde en revistas ilustradas que proliferan por toda Europa. Se crea una necesidad de renovación y cambio. Se pretende crear un estilo nuevo, sin referencia a lo tradicional en tema ni en estilo. La primera manifestación del Modernismo es en el mobiliario y los objetos de uso. Tiene un fuerte componente ornamental. Se inspira en flora y fauna en proceso de estilización, pudiendo llegar así a casi la abstracción. Al hablar de decoración, ésta nunca se considera aditamento del objeto, sino que se liga íntimamente a la estructura del mismo. Se rechazan los esquemas simétricos en pro de lo ondulado, que recibe el nombre de Línea de latiguillo, que transmite vitalidad, fuerza, asimetría e irregularidad. Se intenta expresar un componente de optimismo, que corresponde al estado psicológico de la clase social. Se ha dicho que el Modernismo es nuevo, joven, floreal..., de ahí que reciba varios nombres Art Nouveau, Liberty Style... . Adquiere gran importancia el diseño y el deseo de integración de las artes. Aparece la figura del diseñador que también es decorador. Ello convierte a los edificios modernistas en obras muy atractivas.
Un precedente, William Morris y el movimiento del Arts and Crafts: William Morris es polifacético, ensayista, escritor, conferenciante, político, creador de empresas..., se le identifica con el socialismo, reivindica la postura del artesano, a la vez que se interesa por el diseño. En 1860 se casa y encargó su "Casa Roja", al amueblarla se encontró con una dificultad. En este momento, Inglaterra tenía alto nivel de industria que aniquila al artesanado, cuyos objetos eran de pésimo gusto comparados con los manufacturados. Morris impulsó a una industria de textiles, se rodea de arquitectos y diseñadores importantes. Así surge el Arts and Crafts, que rechaza la industria volviendo a lo artesanal, poco a poco se irá derivando hacia el Modernismo que lo que intenta es la renovación y mejora artesanal aplicándolo a la máquina.
Primeras manifestaciones: Donde antes se manifiesta esta tendencia es en las artes industriales. Destacan las sillas de respaldo de líneas sinuosas de MacDonald Murdo, textiles, tapices de Van de Velde, vidrios de Emile Gallé, Tiffany también es creador de importantes piezas de vidrio, también es creador de lámparas de cristalitos de colores con hilo de plomo inspirado en las vidrieras medievales.Otra manifestación importante es la joyería; destaca la de René Lalique. Es renovador de la joyería modernista que apuesta por la forma y originalidad del diseño y no por el valor en oro o de las piedras. Tiffany usó piedras semipreciosas y usó mucho el esmalte. Suelen ser joyas ampulosas para lucir en teatro. Sus obras en cristal se vendían en las tiendas de Samuel Bing e influyeron en el diseño y colorido del vidrio europeo. Tiffany se inspiró en el arte medieval irlandés. Sus primeros éxitos vienen a partir de la exposición de Chicago de 1893, donde destacó por su delicadeza cromática y la imaginación de sus formas.
Pricipales autores:
Pintura Modernista
Gustav Klimt
Picasso (etapas azul y rosa)
Arquitectura Modernista
Antoni Gaudí

Romanticismo

Si en la Ilustración brillaba la luz, en el Romanticismo nos abruman las tinieblas. Bajo el nombre de "Romanticismo" se esconde un grito desgarrador de libertad. Después de la caída de Napoleón, el Romanticismo, es una vía de escape para las jóvenes generaciones que aspiran a encarnar los principios revolucionarios.
El Romanticismo puede entenderse como la "primera vanguardia en la Historia del Arte", se inaugura la entrada en una nueva época, la nuestra:
El arte deja de regirse por la doctrina del Clasicismo.
El objetivo principal del arte no es la belleza, sino la expresión y sentimientos que pueden abrir horizontes mucho más amplios.
Emerge un deseo de que aparezca lo nuevo, insólito, oculto, reprimido, en una palabra, lo sublime, lo que está más allá del límite. Esta ansiedad provoca mucho más placer estético que la belleza.
Prima la subjetividad en detrimento de lo objetivo. Por medio del arte se intenta expresar el mundo interior del artista, aunque para ello haya que recurrir a mundos oscuros, penumbras o sueños.
Cobra importancia el tema de la magnitud. Se siente el mundo como algo inabarcable a lo que el hombre es incapaz de llegar. Esto genera un sentimiento de inferioridad y una angustia ante las fuerzas incontrolables de la Naturaleza.
Impera la Historia Nacional. En el Romanticismo se alza el orgullo de las lenguas locales, las raíces profundas de los pueblos natales. Se buscan los orígenes remotos de lo primigenio.
Amor a la Edad Media y sus valores: ruralización, feudalismo y por lo general, todo aquello que rechazaba el racionalismo ilustrado.
Hay un vivencia profunda de la religión.
Se impone el gusto por lo exótico. Se valora lo distinto, de ahí que la mirada se fije profundamente en mundos orientales.
Los representantes en los distintos ámbitos de Europa:


Romanticismo francés:

Gros

Ingres

Géricault

Delacroix

Romanticismo español:

Panorama general

Goya

Romanticismo alemán:
Gaspar D.Friedrich

Romanticismo inglés:

William Blake

SImbolismo

El término simbolista es complejo, ya que al hablar de él se origina una controversia para la que se han dado diferentes interpretaciones:
Hay quien enfoca el simbolismo como la manifestación de un movimiento del Romanticismo tardío. Entre los precedentes cabrían William Blake o Goya.
Hay quienes sostienen que nunca existió un estilo simbolista como tal.
Otros restringen el movimiento a una manifestación típica del Postimpresionismo.
En el caso español es aún mucho más difícil el designar a un autor como "simbolista", porque en él, pueden aglutinarse tendencias diferentes. Por ello, hemos considerado el Simbolismo como un estilo que se desvincula del Neoimpresionismo por los contenidos que aporta su pintura. Hemos elegido al caso francés por ser uno de los ejemplos más puros.
Origen del término: La palabra "simbolista", procede del ámbito literario. El primero en usarlo es Jean Moreas en noviembre de 1886. Fue en la década de los 90 cuando el término se extrapola al campo del arte. Paul Nurier lo aplicó por primera vez a la pintura, él sostenía que la pintura debía ser ideísta, simbolista, sintetista, subjetiva y decorativa. Son pintores simbolistas: Moreau, Puvis de Chavannes y Odilon Redon, que participan de actitudes vitales e ideológicas heredadas de la tradición romántica. De ésta perviven temas como el subjetivismo, antirracionalismo y antipositivismo. Ellos aspiran a "vestir la idea de forma sensible". A través del objeto se transgrede a otro mundo, no se quedan en la mera apariencia del objeto sino que se llega a lo sobrenatural.
La filosofía de un cambio: Hacia 1885 en Europa se empieza a originar un gran cambio: se va creando un estado de decepción frente al positivismo y cientifismo imperante y se empiezan a valorar aspectos desdeñados. Se descubre una realidad más allá de lo empírico. A todo ello contribuyen filósofos y científicos:
Bergson: aboga por la intuición.
Freud :descubre la existencia de una parte irracional en lo humano.
Nietzsche: potencia la capacidad del individuo para romper con lo establecido. Concede un importante papel a la mujer.
Schopenhauer: representa la reacción contra el optimismo. Él defiende no el pintar el objeto en sí mismo, sino sólo para transcender a otros ámbitos a través de la intuición y la contemplación. Schopenhauer habla de que cuando intentamos recuperar momentos anteriores a nuestra existencia presente, nos ayudan los olores y los objetos, de ahí que el artista los recupere.
Contexto social: Lo que une a los artistas es el deseo de crear una pintura no supeditada a la realidad de su momento. Rechazan lo que trae consigo la vida diaria: aglomeración, polución, actividad industrial..., odian la degradación y sienten frustración. Se busca en el pasado de la infancia aquello que no se encuentra en el presente. Esto genera una nostalgia de un mundo idílico, se buscan emociones primitivas, estados preconscientes, lo irracional... . También hay un sentimiento milenarista y una recuperación del sentimiento religioso (el positivismo, por el contrario elevó el cientifismo, y con ello el ateísmo). Aflora el interés por el cristianismo y por tradiciones diversas, religiones orientales, hermetismo, exoterismo... . Se configura el tema de la mujer fatal. Surge la unión entre el Eros y el Thanatos y subyace una nueva relación entre sexos. En líneas generales los simbolistas están más apegados a la tradición académica aunque pueden rechazar muchos de sus planteamientos. Se configura un nuevo sentido de la obra de arte a la que se concede carácter autónomo. Los simbolistas tienen en cuenta la función de poetas que habían conseguido el acercar la literatura a la música y habían liberado las palabras de su significado. No es la primera vez que el símbolo tiene importancia en la pintura, ya fue importante desde el Renacimiento y también en el Barroco, pero en aquellas épocas había un componente más alegórico que implicaba la existencia del establecimiento previo de un mundo de significados. En lo finisecular, el símbolo puede remitir a aspectos asumidos pero también tiene carácter intrínseco, cada símbolo tiene concreción en la aportación subjetiva del espectador y del pintor; no hay lectura unitaria, puede remitir cosas distintas en los individuos.
Pintores simbolistas:
Moreau
Puvis de Chavannes
Odilon Redon

Neoclasicismo

La caída del Antiguo Régimen francés en la Revolución de 1789 era la consecuencia de la oposición de clases medias y populares a un sistema político-social que estaba dominado por la aristocracia. La burguesía ilustrada trata de tomar posiciones realizando una crítica del mundo corrupto. Desde el poder real se intentó una regeneración. Por eso, se empezó a atacar duramente el arte voluptuoso del Rococó y la frivolidad que éste traía consigo. Diderot propone un arte que vuelva a la serenidad del arte antiguo. Es comprensible la necesidad de un estilo severo en una Francia en la que el conflicto social y político era ya insostenible. El objetivo del arte era exaltar el bien cívico, la moral, la armonía familiar, en definitiva, el bien común. De ahí que la Roma republicana fuera un ejemplo a tener en cuenta. Los revolucionarios empeñados en suprimir cualquier vestigio del Antiguo Régimen ven en el Neoclásico la derrota de la aristocracia y sus salones. El Neoclasicismo se prolonga hasta el periodo napoleónico y el estilo imperio, el nuevo emperador necesitaba un arte de césares para expresar el universo a que aspiraba. El redescubrimiento de la Antigüedad Clásica vino potenciado por los importantes hallazgos arqueológicos. Herculano y Pompeya sepultadas por las cenizas del Vesubio salen a la luz en 1719 y 1748, respectivamente. A partir de aquí, se genera una ingente bibliografía arqueológica. Destaca Winckelmann y su obra Historia del Arte de la Antigüedad, Stuard escribe Antigüedades de Atenas y Lessing publica su Laocoonte. Van surgiendo las Academias, éstas subrayan el valor normativo de lo clásico, desprecian el Barroco y defienden el "Buen gusto". El agotamiento de las formas del Rococó genera una crisis estética que potencia la imitación de la Antigüedad Clásica que los arqueológos están redescubriendo. El centro del Neoclasicismo es Francia, pero su influencia se extiende a toda Europa y afecta a todas las formas artísticas.

David

Neoimpresionismo

Bajo el nombre de Neoimpresionismo o Postimpresionismo se engloban múltiples tendencias y estilos. Viene a ser un crisol de diferentes técnicas y objetivos que responden a las inquietudes de los diferentes artistas. A éstos no hay que entenderlos bajo un estilo unificado y definido, sino que la obra de cada uno de ellos responde a la individualidad de sus planteamientos. A cada una de las personalidades hay que entenderla como tesela integrante del "mosaico neoimpresionista". Por ello emprenderemos un recorrido por los diferentes estilos y artistas que en él se dan.
Capítulos:
Impacto del arte japonés
Puntillismo:
Seurat
Signac
Van Gogh
Toulouse-Lautrec
Gauguin
Pintura nabi:
Maurice Denis
Pierre Bonnard
Edouard Vuillard
Paul Sérusier
Pintura naïf:
Rousseau

Rococó

Son habituales las posturas que defienden que el Rococó es al Barroco lo que el Manierismo al Renacimiento. Muchas veces, el Rococó se entiende como culminación del Barroco. Sin embargo, es mucho más que eso. Debemos estender el Rococó como un estilo independiente y personal. El Rococó a diferencia del Barroco, se despreocupa por cuestiones católicas. Es un arte eminentemente aristocrático, un arte para la alta clase media, amante de un estilo mundano, íntimo y delicado. La sociedad ansía la libertad, el buen gusto y el placer. La élite artística e intelectual se reunía en salones a cuya cabeza estaban damas tan destacadas como madame Pompadur.
El Rococó nace y se circunscribe al ámbito francés aunque luego, muchos de sus rasgos influyen en toda Europa. El movimiento se seguirá desarrollando hasta la llegada del Neoclasicismo que pretendía una vuelta a la pureza de la antigüedad clásica.
Origen del término Rococó Los vocablos que dieron origen al término son: rocaille (rocalla) y coquille (concha). La rocalla fue de gran importancia a la hora de ornamentar grandes lienzos de paredes e interiores. También se usó mucho la concha de formas irregulares y asimétricas. Así se genera un ritmo de curva y contracurva que se hará reconocible tanto en arquitectura, pintura, escultura o artes decorativas de este periodo.
Los temas más representados:
Los temas preferidos para la representación en pintura son: fiestas galantes y campestres, damas, rigodones, minués y aventuras amorosas y cortesanas. Por todo esto, se recuperan personajes mitológicos como Venus y Amor que se entremezclan en las escenas representadas dotando a las composiciones de un tono de sensualidad, alegría y frescura.
Es usual el referirse al estilo Rococó como estilo galante. El nombre proviene del verbo galer, que en francés significa ser valiente y hábil en el trato con las mujeres. El galante es aquel que sabe tratar y complacer a una mujer. La figura de la mujer es un foco inspirador de la pintura. La mujer es un figura bella y sensual, cada vez más culta. Ella seduce y participa en aventuras prohibidas. El escenario en que se ubica la trama pictórica ayuda a que la sociedad se identifique con personajes de historias pastoriles e idílicas.
Por todas estas características, el Rococó se considera un arte frívolo, exclusivo de la aristocracia, ajena a los problemas sociales y sólo concentrada en su descanso y deleite.
Representantes del Rococó:


Rococó en Francia:

Watteau

Boucher

Fragonard

Chardin y Greuze

Rococó en Inglaterra:

Reynolds

Gainsborough

Rococó en Italia:

Solimena

Tiépolo